1. MORIR Y NACER

 Estreno:  Teatro San Martín, 1969.




VIOLONCELO Y PIANO





















Formé parte del  movimiento creativo 
de Buenos Aires en los ´70, 
junto a otros inquietos creadores 
que deberíamos también recordar.

Egresé del Conservatorio Municipal
 "Manuel de Falla" de Buenos Aires. 
Estudié composición con Roberto Garcia Morillo 
y orquestación con Teodoro Fuchs. 
Contaba con todas las herramientas 
para ser un músico académico. 
Uno más. 
Pero mis mayores tenían tufillo a naftalina.



Egreso Conservatorio Municipal
Manuel de Falla



 Muy pronto me di cuenta 
   que mi destino era romper 
los puentes con la tradición
   y no imitar las fórmulas 
de mis sabios maestros.






Libertad 543 Taller musical



Fedora Aberasturi 
fue mi gran maestra, 
la que me abrió la mente 
y me impulsó a incursionar 
en mundos alternativos.








Ingresé al Instituto Di Tella, estudié con Alberto Ginastera y Música Electrónica. 






Conocí a los más importantes compositores de la época (Juan Carlos Paz,  Luigi Nono, K. Penderezki, etc) 



Pero sentí fuerte atracción por las propuestas de John Cage, 
La Monte Young, Terry Riley, 
Morton Feldman, Fluxus 
y el Arte Povera italiano.




EN UNA EXPÒSICIÓN EN EL INSTITUTO DI TELLA




Acotación al margen.
Roque de Pedro y yo habíamos cultivado una intensa amistad. Teníamos mucho en común: éramos músicos recibidos en conservatorios oficiales, enseñábamos  música en colegios de adolescentes, éramos críticos musicales en diarios y revistas, dábamos conferencias.
Teníamos un atelier en el Conventillo del Arte, un viejo edificio que aún existe, en Libertad 543, a una cuadra del Teatro Colón.  El lugar gozaba de un encanto especial porque había sido tomado por pintores  y músicos  trasnochados. Yo frecuentaba la confitería “La Paz”, en la calle Corrientes, donde se reunían escritores, artistas, filósofos, psicólogos y activistas subversivos.  Se discutía sobre la Revolución, el Tercer Mundo, Cortazar, la última película de Ingmar Bergmann o Fellini,  Dadá,  el surrealismo, y todos los temas del pensamiento progresista y vanguardista de aquella época.
Fedora Aberastury influyó  poderosamente en mi formación. No fue solamente mi profesora de piano, sino una genial formadora de artistas. Ella me inició en el  budismo Zen, el hinduismo, las técnicas esotéricas, Gurdjieff…,
 e influyó decididamente en liberar mi mente del atavismo cultural, hasta inducirme a abandonar el piano e iniciar una actividad creativa como compositor.
Juan Carlos Paz, la máxima expresión del dodecafonismo vernáculo, se sentía olvidado y devaluado. Yo gozaba del privilegio de compartir tertulias en su casa y en una confitería de Viamonte y Florida. Sin quererlo, esta relación influyó en mi futuro, porque no encontré nada de interés en su música.  Me sentí vacío, desprotegido, con la mente en blanco. El momento justo para buscar otro destino.
Roque y yo éramos alumnos del Instituto Di Tella.  Era el centro de arte moderno más prestigioso de América Latina. El director del área musical, Alberto Ginastera, instalaba sus pautas estéticas como sinónimo de la mejor música latinoamericana de vanguardia. Mi relación con Ginastera se extendió hasta los años que ël vivía en Ginebra y yo en Holland.
El Di Tella fue una oportunidad magnífica para conocer lo más prestigioso de las artes plásticas y la música contemporáneas.  Conocí a Nono, Berio, Pendereszky , la crema y nata de la modernidad europea.
Todos ellos disfrutaban de gran prestigio en el establishment académico internacional. Herederos de la secular tradición europea, sus obras se engarzaban a la perfección con los requerimientos culturales de las Naciones Unidas.  Eran los grandes maestros de gatopardismo, según mi apreciación del arte moderno.
Alcanzar el dominio técnico de estos artistas  no nos entusiasmaba en lo absoluto. No encontrábamos en ellos esa chispa transgresora que enciende el fuego y forja algo nuevo.
Nosotros éramos muchachos de barrios de clase media baja de un rincón sudamericano. No teníamos mucho que perder si quemábamos las naves de la civilización  e incursionábamos en azaroso continente de la experimentación.  No sentíamos afinidad con aquellos músicos ejecutivos  first class ni con las elucubraciones electrónicas del laboratorio de Stockhausen.  Estábamos más cerca de Satie que de Ravel. de Weill que de Webern. Por eso, cuando conocimos a John Cage y su gente, encontramos una luz en el túnel.

Ahora, a la distancia, visualizo el despertar a mi vocación, como cuando los átomos se vuelven inestables y penetran en el ciclo de la vida con una explosión inusitada.
Con Roque de Pedro, y los arquitectos Guillermo Gregorio y Adrán Barcesat fundamos el Movimiento Música Más (MMM) un grupo diverso que trataría de hacer participar a la comunidad en la creación del arte colectivo.
Nuestra primera obra colectiva fue un evento en el Teatro Ópera como clausura del Congreso Internacional de Arquitectos (Buenos Aires, 1968)
Preparamos la obra de cierre del espectáculo:  “El tiempo y el Coro” Un coro mixto, con vestimenta de concierto,  permaneció largo tiempo en actitud hierática mirando al público, hasta lograr que la audiencia, molesta e indignada por el insoportable silencio que se estaba produciendo, comenzó a insultarlos y gritar.  El público terminó convirtiéndose en el verdadero coro y los miembros del coro parados en el escenario comenzaron a aplaudir para develar su rol de espectadores.   Este gesto provocador iba a ser una de las improntas de las próximas creaciones, especialmente  mi obra “La Última Cena” (1971), que provocó un escándalo de magnitud.


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